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Los dioses que comían seres humanos

A diferencia de otras deidades eclesiásticas, los dioses del Estado azteca tenían ansia de carne humana, sobre todo de corazones humanos frescos. 

Según la creencia azteca, no satisfacer este ansia podía acarrear la destrucción del mundo. Por esta  razón, el sacrificio humano se convirtió en la función  más importante de la casta sacerdotal azteca. La mayoría  de los hombres sacrificados eran prisioneros llevados a Tenochtitlán, la capital azteca, por los comandantes  militares. Se obligaba a la víctima a ascender las pirámides truncadas, que dominaban los recintos sagrados de la ciudad; allí la agarraban cuatro sacerdotes, uno por cada extremidad, y la colocaban boca arriba sobre un altar de  piedra. A continuación, un quinto sacerdote abría el pecho de la víctima con un cuchillo de obsidiana, le extraía  el corazón que aún latía y lo restregaba por la estatua de la divinidad que presidía la ciudad. Luego los ayudantes echaban a rodar el cuerpo peldaños abajo. Otros ayudantes cortaban la cabeza, la atravesaban de lado a lado con una vara de madera y la exponían en una gran estructura enrejada preparada al efecto, junto a los cráneos de las víctimas anteriores.

Para despejar cualquier duda acerca de lo que sucedía a continuación, permítaseme citar un pasaje de la Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún:

Después de haberles sacado el corazón, y después de haber echado la sangre en una xícara, la cual recebía el señor del mismo muerto, echaban el cuerpo a rodar por las gradas abaxo del cu. Iba a parar en una placeta abaxo; de allí le tomaban unos viejos que llamaban cuacuacuitli y le llevaban a su calpul [templo], donde le despedazaban y le repartían para comer.

¿Por qué razón los aztecas y sus dioses devoraban a los prisioneros de guerra en lugar de ponerlos a trabajar como campesinos y esclavos, como hacían otras sociedades estatales? Mi respuesta es que, al contrario que prácticamente todos los demás Estados, los aztecas nunca lograron domesticar el tipo de animales con cuya carne contaban las otras sociedades para sus banquetes redistributivos. En otras palabras, carecían de rumiantes como ovejas, cabras, vacunos, llamas o alpacas, que se alimentan de hierbas y hojas incomestibles para el hombre. Tampoco conocían el cerdo, tan importante en Extremo Oriente como consumidor de desperdicios domésticos. En su lugar, su principal fuente doméstica de carne eran el pavo y el perro, ambos poco aptos para la producción masiva de carne según procedimientos preindustriales. Ni los pavos ni los perros pueden alimentarse de hierba o plantas con un elevado contenido de celulosa, sino que deben consumir los mismos alimentos vegetales que el hombre. Al ser carnívoros, los perros son animales especialmente inadecuados para la producción masiva de carne. ¿Por qué dar de comer carne a los perros que debían proveer de carne al hombre?

De significación similar es la sorprendente variedad de fuentes de proteínas y grasas animales pequeñas, ineficaces y silvestres que los aztecas devoraban con avidez a la menor oportunidad: serpientes, ranas, escarabajos, larvas de libélula, saltamontes, hormigas, gusanos, renacuajos, moscas acuáticas y los huevos de éstas. Claro está que también comían animales de mayor tamaño como venado, pescado y aves acuáticas siempre que podían, pero si había que distribuirlos entre el millón y medio de habitantes del radio de 32 kilómetros de Tenochtitlán, la ingestión total de carne de origen silvestre no podía pasar de pocos gramos diarios. 

En consecuencia, en el caso de los aztecas la relación de coste-beneficio de la renuncia al consumo de carne de cautivos de guerra no era la misma que en otras sociedades estatales. Se seguían «produciendo» prisioneros como producto derivado de la guerra, pero su utilidad como esclavos y campesinos era mínima. Preservar sus vidas no podía resolver el acuciante problema de la escasez de recursos animales, pues no había forma de aprovechar la mano de obra suplementaria para aumentar el abastecimiento de alimentos de origen animal. A diferencia de los gobernantes de otras sociedades estatales primigenias, las élites aztecas no estaban en absoluto motivadas para conservar con vida a los prisioneros de guerra. Al utilizar a los cautivos como fuente de carne en festines redistributivos, los dirigentes aztecas podían desempeñar la función de grandes abastecedores merecedores del apoyo leal de sus seguidores con mucha mayor eficacia que empleándolos para aumentar la producción de alimentos de origen vegetal.

Nuestra especie / Marvin Harris